2024-11-08
Nuevo Mundo – 96.1
«Es una de las peores cosas que me han pasado, y se ha muerto mi marido, mi padre, mi madre. La impotencia de que estoy mal y que no puedo hacer lo que quiero». Teresa está sentada sobre su andador en la puerta de su casa en Catarroja. Tras la DANA, por primera vez, ha podido salir a la calle. «Muy difícil, muy difícil», repone sobre los días, más de una semana, que ha pasado encerrada y sin poder echar una mano en la limpieza de la vía y la casa, por los achaques de la edad. Lo compara con la gran riada de 1957, cuando tenía 15 años y muchas fuerzas para seguir adelante.Las personas mayores están siendo especialmente castigadas estos días por las inundaciones de los pueblos de l’Horta Sud de Valencia. A falta de conocer más detalles de los 211 fallecidos, los vecinos relatan que muchos eran ancianos que vivían en viviendas bajas, sin un segundo piso al que subir.Pero después de estar más de una semana sepultados entre barro, muebles rotos y escombros, en Les Barraques de Catarroja ha salido el sol. El paso está ya casi limpio y las vecinas mayores pueden salir a hablar un rato, como harían en un día normal. Teresa nos cuenta que ella ya prefirió no salir de casa antes de la inundación, porque sabía que venía la DANA.»Soy del campo, mi padre siempre estaba pendiente del tiempo (…) y como oigo mucho la radio resulta que vi que caería en Buñol por la tarde. Como tenemos una casa de mi abuela en Chiva, pensé ‘ay madre en Chiva, cómo van a estar´», relata. Sin embargo, esa noche la paso «llorando» —nos dice en voz baja— por no saber dónde estaba su nieta que volvía de Valencia por carretera. Afortunadamente, dio la vuelta antes de la riada y se refugió en casa de una amiga en la ciudad. También su nuera se refugió arriba de la nave del polígono en el que trabaja, del que ya no pudieron salir hasta el día siguiente.El antiguo barrio de pescadores de Les Barraques, que toma su nombre de la casa tradicional valenciana, es un plano de calles estrechas e intrincadas, lo que ha dificultado la limpieza, pero ha permitido a las vecinas intercambiarse cada día ayuda y guisos traídos por familiares de fuera de la catástrofe y por los voluntarios que aún estos días pasan ofreciendo útiles de limpieza, mascarillas, comida.
«Es una de las peores cosas que me han pasado, y se ha muerto mi marido, mi padre, mi madre. La impotencia de que estoy mal y que no puedo hacer lo que quiero». Teresa está sentada sobre su andador en la puerta de su casa en Catarroja. Tras la DANA, por primera vez, ha podido salir a la calle. «Muy difícil, muy difícil», repone sobre los días, más de una semana, que ha pasado encerrada y sin poder echar una mano en la limpieza de la vía y la casa, por los achaques de la edad. Lo compara con la gran riada de 1957, cuando tenía 15 años y muchas fuerzas para seguir adelante.
Las personas mayores están siendo especialmente castigadas estos días por las inundaciones de los pueblos de l’Horta Sud de Valencia. A falta de conocer más detalles de los 211 fallecidos, los vecinos relatan que muchos eran ancianos que vivían en viviendas bajas, sin un segundo piso al que subir.
Pero después de estar más de una semana sepultados entre barro, muebles rotos y escombros, en Les Barraques de Catarroja ha salido el sol. El paso está ya casi limpio y las vecinas mayores pueden salir a hablar un rato, como harían en un día normal. Teresa nos cuenta que ella ya prefirió no salir de casa antes de la inundación, porque sabía que venía la DANA.
«Soy del campo, mi padre siempre estaba pendiente del tiempo (…) y como oigo mucho la radio resulta que vi que caería en Buñol por la tarde. Como tenemos una casa de mi abuela en Chiva, pensé ‘ay madre en Chiva, cómo van a estar´», relata. Sin embargo, esa noche la paso «llorando» —nos dice en voz baja— por no saber dónde estaba su nieta que volvía de Valencia por carretera. Afortunadamente, dio la vuelta antes de la riada y se refugió en casa de una amiga en la ciudad. También su nuera se refugió arriba de la nave del polígono en el que trabaja, del que ya no pudieron salir hasta el día siguiente.
El antiguo barrio de pescadores de Les Barraques, que toma su nombre de la casa tradicional valenciana, es un plano de calles estrechas e intrincadas, lo que ha dificultado la limpieza, pero ha permitido a las vecinas intercambiarse cada día ayuda y guisos traídos por familiares de fuera de la catástrofe y por los voluntarios que aún estos días pasan ofreciendo útiles de limpieza, mascarillas, comida.