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El miedo a los combates se apodera de Sudán: »En cualquier momento una bala puede entrar en casa»

webmaster Por webmaster
21 abril, 2023
en Internacionales
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El miedo a los combates se apodera de Sudán: ''En cualquier momento una bala puede entrar en casa''
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2023-04-21

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El pasado viernes, la gente en Sudán quería «hacer cosas: estudiar, viajar, vivir», pero ahora no saben «qué va a pasar dentro de dos horas» y mucho menos qué será de ellos mañana, cuenta Deema Alasad a RTVE.es. El miedo y la incertidumbre con la que tienen que convivir los sudaneses desde que el sábado estalló el conflicto entre el Ejército regular y las milicias de las FAR es desorbitado.Deema vive con su familia en el distrito de Kafouri, a escasos 20 kilómetros de la capital del país. Allí los conflictos han paralizado la vida como «nunca antes». Es una zona que, como muchas otras del país, no estaba acostumbrada a estos enfrentamientos. Y es la primera vez que sus habitantes presencian combates así.Ahora, los vecinos conviven con el ruido constante de la artillería y los bombardeos de aviones de combate. Pero no solo eso: han tenido que asumir que «en cualquier momento una bala puede entrar en casa o puede ser derribada por un avión de combate», explica la joven de 29 años.Mientras se producen los ataques aéreos, Deema y su familia se refugian debajo de las camas y de las mesas porque quieren estar a salvo y «se aconseja que se alejen de la ventana». Son conscientes de que permanecer en casa conlleva peligros, pero «salir a la calle es prácticamente una misión mortal».Una misión mortal que empieza a ser necesaria. A muchos, como a la familia de Deema, se les complica subsistir en sus casas. Sus víveres y agua se han agotado, «dependemos de nuestros vecinos, ¿pero qué vamos a hacer cuando nuestros vecinos tampoco tengan?», cuenta la joven.La respuesta no es fácil y ellos lo saben. De ahí uno de sus grandes miedos: «Que continúe durante mucho tiempo porque no sabemos que va a pasar con nosotros», sentencia.Enfrentamientos más allá de JartumAunque el foco está puesto en los combates de Jartum, el conflicto se ha extendido más allá de la capital. Salih Yassin vive en El Fasher, capital de la región de Darfur Norte, una de las más castigadas por el conflicto. «La vida aquí es un infierno», afirma en videollamada a RTVE.es.Su rostro refleja cansancio, pues desde el sábado duerme a ratos. «Entre disparos no es fácil descansar», relata. Pero no es solo el cansancio, la tensión también se ha apoderado de su cuerpo. La población no es el principal objetivo, pero son los principales daños colaterales: «Nunca sabes si vas a ser el siguiente», lamenta Yassin.Los cortes de electricidad, la escasez de agua, la falta de alimentos y los problemas de conexión son otros retazos de la cara visible del día a día de Salih desde el sábado. Su hermano vive en Jartum y la angustia lo está consumiendo. «Cuando le escribo y no me contesta, me pongo en lo peor», cuenta Yassin.En todo el país han muerto ya más de 413 personas y 3.551 han resultado heridas en los primeros días de los enfrentamientos. Los sudaneses saben que en cualquier momento uno de esos muertos puede ser uno de los suyos. «Simplemente, salir a comprar el pan para no morir de hambre puede ser la causa de tu muerte», explica este sudanés de 38 años.A las 18:00 del martes empezó el primer alto el fuego, y solo media hora después se volvieron a escuchar disparos en la zona. «Si no son capaces de hacer un alto el fuego durante 24 horas para evacuar heridos y que salgan a buscar comida, ¿crees que van a dejar las armas definitivamente?, sentencia Yassin.Para él estos enfrentamientos son solo el principio del conflicto. No quiere ser pesimista, pero no cree que la violencia acabe porque los bandos dejen las armas. Para él los dos luchan por el poder: «¿Qué sentido tendría empezar con esto y dejarlo de la noche a la mañana?», se pregunta.Los trabajadores humanitarios, con las manos atadasCuanto más se extienda el conflicto, más consecuencias tendrá. Independientemente de la zona, solo agrava la crisis humanitaria en la que vive sumido el país. Allí, más de 15,8 millones de personas, aproximadamente un tercio de la población, necesitan ayuda humanitaria.»No solo hay que hacer frente a los problemas derivados de esta emergencia, sino que esto se suma a las necesidades que ya tenía el país», confirma a RTVE.es Katharina von Schroeder, directora en funciones de Incidencia, comunicación y campañas de Save the Children en el país.Katharina lleva desde el sábado por la mañana encerrada en una escuela de Jartum, donde se encontraba cuando comenzaron los combates. Con el ruido de la artillería de fondo, explica que hacen «todo lo posible por proteger a los niños y niñas, pero empiezan a preocuparse».El despliegue de Save the Children y otras ONG y el trabajo del personal humanitario contribuían a mejorar esa situación, pero en estas condiciones tienen las manos atadas. El personal ya ha sufrido numerosos ataques, desde saqueos en sus instalaciones a atentados.Ahora, encerrados en sus casas o en sus lugares de trabajo, esperan el momento de volver al terreno y ayudar a la población. Asumen que les espera un largo camino por delante. Así lo explica von Schroeder: «Podemos suponer, con conocimiento de causa, que las necesidades se multiplicarán después de este suceso».Salir del país, misión imposibleAnte esta situación, muchos sudaneses querrían abandonar el país, pero ni siquiera eso es posible. El aeropuerto de Jartum, el que más tráfico de viajeros tenía, se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos de la capital. Los bombardeos y tiroteos son frecuentes allí. El resto de aeropuertos del país están inoperativos y las fronteras terrestres están cerradas.Esas eran las únicas formas de abandonar Sudán y sobre la mesa solo queda esperar y aguantar. Pero no es fácil, aunque algunos se consideran afortunados: «Al menos yo tengo agua y comida», explica a RTVE.es Mathaba Mubarak, una joven de Jartum. Su familia vive en Bahri y allí «no tienen ni agua, ni electricidad, ni comida, nada».De momento ella no tiene que arriesgar su vida como su familia y muchos otros compatriotas «en busca de víveres, medicinas o agua». Solo eso ya hace que en su mirada se intuya un pequeño hilo de esperanza.Pero, en un país que lleva décadas tratando de sobreponerse a la miseria, el futuro más cercano solo deja un nuevo escenario de horrores. «Pasar por esto es muy duro», corrobora Mathaba, que quiere encontrar una salida. Por eso sueña con abandonar el país que la vio nacer y «dejarlo todo atrás».

El pasado viernes, la gente en Sudán quería «hacer cosas: estudiar, viajar, vivir», pero ahora no saben «qué va a pasar dentro de dos horas» y mucho menos qué será de ellos mañana, cuenta Deema Alasad a RTVE.es. El miedo y la incertidumbre con la que tienen que convivir los sudaneses desde que el sábado estalló el conflicto entre el Ejército regular y las milicias de las FAR es desorbitado.

Deema vive con su familia en el distrito de Kafouri, a escasos 20 kilómetros de la capital del país. Allí los conflictos han paralizado la vida como «nunca antes». Es una zona que, como muchas otras del país, no estaba acostumbrada a estos enfrentamientos. Y es la primera vez que sus habitantes presencian combates así.

Ahora, los vecinos conviven con el ruido constante de la artillería y los bombardeos de aviones de combate. Pero no solo eso: han tenido que asumir que «en cualquier momento una bala puede entrar en casa o puede ser derribada por un avión de combate», explica la joven de 29 años.

Mientras se producen los ataques aéreos, Deema y su familia se refugian debajo de las camas y de las mesas porque quieren estar a salvo y «se aconseja que se alejen de la ventana». Son conscientes de que permanecer en casa conlleva peligros, pero «salir a la calle es prácticamente una misión mortal».

Una misión mortal que empieza a ser necesaria. A muchos, como a la familia de Deema, se les complica subsistir en sus casas. Sus víveres y agua se han agotado, «dependemos de nuestros vecinos, ¿pero qué vamos a hacer cuando nuestros vecinos tampoco tengan?», cuenta la joven.

La respuesta no es fácil y ellos lo saben. De ahí uno de sus grandes miedos: «Que continúe durante mucho tiempo porque no sabemos que va a pasar con nosotros», sentencia.

Aunque el foco está puesto en los combates de Jartum, el conflicto se ha extendido más allá de la capital. Salih Yassin vive en El Fasher, capital de la región de Darfur Norte, una de las más castigadas por el conflicto. «La vida aquí es un infierno», afirma en videollamada a RTVE.es.

Su rostro refleja cansancio, pues desde el sábado duerme a ratos. «Entre disparos no es fácil descansar», relata. Pero no es solo el cansancio, la tensión también se ha apoderado de su cuerpo. La población no es el principal objetivo, pero son los principales daños colaterales: «Nunca sabes si vas a ser el siguiente», lamenta Yassin.

Los cortes de electricidad, la escasez de agua, la falta de alimentos y los problemas de conexión son otros retazos de la cara visible del día a día de Salih desde el sábado. Su hermano vive en Jartum y la angustia lo está consumiendo. «Cuando le escribo y no me contesta, me pongo en lo peor», cuenta Yassin.

En todo el país han muerto ya más de 413 personas y 3.551 han resultado heridas en los primeros días de los enfrentamientos. Los sudaneses saben que en cualquier momento uno de esos muertos puede ser uno de los suyos. «Simplemente, salir a comprar el pan para no morir de hambre puede ser la causa de tu muerte», explica este sudanés de 38 años.

A las 18:00 del martes empezó el primer alto el fuego, y solo media hora después se volvieron a escuchar disparos en la zona. «Si no son capaces de hacer un alto el fuego durante 24 horas para evacuar heridos y que salgan a buscar comida, ¿crees que van a dejar las armas definitivamente?, sentencia Yassin.

Para él estos enfrentamientos son solo el principio del conflicto. No quiere ser pesimista, pero no cree que la violencia acabe porque los bandos dejen las armas. Para él los dos luchan por el poder: «¿Qué sentido tendría empezar con esto y dejarlo de la noche a la mañana?», se pregunta.

Cuanto más se extienda el conflicto, más consecuencias tendrá. Independientemente de la zona, solo agrava la crisis humanitaria en la que vive sumido el país. Allí, más de 15,8 millones de personas, aproximadamente un tercio de la población, necesitan ayuda humanitaria.

«No solo hay que hacer frente a los problemas derivados de esta emergencia, sino que esto se suma a las necesidades que ya tenía el país», confirma a RTVE.es Katharina von Schroeder, directora en funciones de Incidencia, comunicación y campañas de Save the Children en el país.

Katharina lleva desde el sábado por la mañana encerrada en una escuela de Jartum, donde se encontraba cuando comenzaron los combates. Con el ruido de la artillería de fondo, explica que hacen «todo lo posible por proteger a los niños y niñas, pero empiezan a preocuparse».

El despliegue de Save the Children y otras ONG y el trabajo del personal humanitario contribuían a mejorar esa situación, pero en estas condiciones tienen las manos atadas. El personal ya ha sufrido numerosos ataques, desde saqueos en sus instalaciones a atentados.

Ahora, encerrados en sus casas o en sus lugares de trabajo, esperan el momento de volver al terreno y ayudar a la población. Asumen que les espera un largo camino por delante. Así lo explica von Schroeder: «Podemos suponer, con conocimiento de causa, que las necesidades se multiplicarán después de este suceso».

Ante esta situación, muchos sudaneses querrían abandonar el país, pero ni siquiera eso es posible. El aeropuerto de Jartum, el que más tráfico de viajeros tenía, se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos de la capital. Los bombardeos y tiroteos son frecuentes allí. El resto de aeropuertos del país están inoperativos y las fronteras terrestres están cerradas.

Esas eran las únicas formas de abandonar Sudán y sobre la mesa solo queda esperar y aguantar. Pero no es fácil, aunque algunos se consideran afortunados: «Al menos yo tengo agua y comida», explica a RTVE.es Mathaba Mubarak, una joven de Jartum. Su familia vive en Bahri y allí «no tienen ni agua, ni electricidad, ni comida, nada».

De momento ella no tiene que arriesgar su vida como su familia y muchos otros compatriotas «en busca de víveres, medicinas o agua». Solo eso ya hace que en su mirada se intuya un pequeño hilo de esperanza.

Pero, en un país que lleva décadas tratando de sobreponerse a la miseria, el futuro más cercano solo deja un nuevo escenario de horrores. «Pasar por esto es muy duro», corrobora Mathaba, que quiere encontrar una salida. Por eso sueña con abandonar el país que la vio nacer y «dejarlo todo atrás».

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