2022-09-14
Nuevo Mundo – 96.1
La noche del 30 de octubre de 1976, el subinspector de la Policía Federal Mario Sandoval llegó junto con otros efectivos a la casa de Hernán Abriata, un joven de 25 años que estudiaba arquitectura y que militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Se lo llevó detenido sin orden judicial alguna. Y su familia nunca más volvió a saber de él.Este miércoles, casi 46 años después, Sandoval fue llevado al Tribunal Oral Federal número 5 de la ciudad de Buenos Aires para enfrentar la primera jornada del juicio en el que tendrá que responder por el secuestro, las torturas y la desaparición forzada de Abriata.Se terminará así la impunidad de un represor que, una vez terminada la dictadura, logró escapar a Francia, en donde durante décadas vivió libre y rico, hasta que en 2019 la Justicia argentina logró su extradición.El proceso forma parte de la llamada ´mega causa ESMA´ que abarca miles de crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada, que estaba ubicada en Buenos Aires y que fue uno de los centros clandestinos de detención más grandes de América Latina.Los juicios por los delitos realizados en lo que ahora es un Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos comenzaron en 2007. Hasta ahora se han llevado a cabo cinco procesos en los que han sido condenados un centenar de represores. El que inició hoy es el sexto juicio y el único acusado es Sandoval y la única víctima, Abriata.Además de los familiares del joven, uno de los principales impulsores y testigos del juicio es Carlos Loza, sobreviviente de la ESMA. Ahí conoció a Abriata. Compartían jornadas que oscilaban entre la oscuridad de las salas de tormentos, los gritos y amenazas de los guardias y el dolor de las esposas en las muñecas y de los grilletes en los tobillos.Si los guardias los descubrían susurrando entre ellos o con otros secuestrados, volvían a pegarles. Pero ellos dos lograron hablar, verse, decir sus nombres. Era la estrategia que seguían los presos para que, si alguno salía, les diera información a los familiares de los que se quedaban.En fugaDurante la dictadura, Sandoval, a quien apodaban ´Churrasco´, además de ser subinspector de la Policía Federal, formaba parte del grupo de tareas que controlaba la ESMA.En 1983, una vez que Argentina recuperó la democracia, el jefe policial recibió el pase a retiro obligatorio, pero no lo cumplió, ya que un año después funcionarios del Gobierno lo ascendieron a inspector.
La noche del 30 de octubre de 1976, el subinspector de la Policía Federal Mario Sandoval llegó junto con otros efectivos a la casa de Hernán Abriata, un joven de 25 años que estudiaba arquitectura y que militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Se lo llevó detenido sin orden judicial alguna. Y su familia nunca más volvió a saber de él.
Este miércoles, casi 46 años después, Sandoval fue llevado al Tribunal Oral Federal número 5 de la ciudad de Buenos Aires para enfrentar la primera jornada del juicio en el que tendrá que responder por el secuestro, las torturas y la desaparición forzada de Abriata.
Se terminará así la impunidad de un represor que, una vez terminada la dictadura, logró escapar a Francia, en donde durante décadas vivió libre y rico, hasta que en 2019 la Justicia argentina logró su extradición.
El proceso forma parte de la llamada ´mega causa ESMA´ que abarca miles de crímenes de lesa humanidad cometidos en la Escuela de Mecánica de la Armada, que estaba ubicada en Buenos Aires y que fue uno de los centros clandestinos de detención más grandes de América Latina.
Los juicios por los delitos realizados en lo que ahora es un Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos comenzaron en 2007. Hasta ahora se han llevado a cabo cinco procesos en los que han sido condenados un centenar de represores. El que inició hoy es el sexto juicio y el único acusado es Sandoval y la única víctima, Abriata.
Además de los familiares del joven, uno de los principales impulsores y testigos del juicio es Carlos Loza, sobreviviente de la ESMA. Ahí conoció a Abriata. Compartían jornadas que oscilaban entre la oscuridad de las salas de tormentos, los gritos y amenazas de los guardias y el dolor de las esposas en las muñecas y de los grilletes en los tobillos.
Si los guardias los descubrían susurrando entre ellos o con otros secuestrados, volvían a pegarles. Pero ellos dos lograron hablar, verse, decir sus nombres. Era la estrategia que seguían los presos para que, si alguno salía, les diera información a los familiares de los que se quedaban.
En fugaDurante la dictadura, Sandoval, a quien apodaban ´Churrasco´, además de ser subinspector de la Policía Federal, formaba parte del grupo de tareas que controlaba la ESMA.
En 1983, una vez que Argentina recuperó la democracia, el jefe policial recibió el pase a retiro obligatorio, pero no lo cumplió, ya que un año después funcionarios del Gobierno lo ascendieron a inspector.